𝐁𝐢𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟í𝐚 𝐝𝐞 𝐮𝐧 𝐓í𝐭𝐮𝐥𝐨
Corrían los años 90, nuestro país se encontraba pasando una profunda crisis económica, 1 dólar americano se cambiaba en las calles por alrededor de 100 pesos cubanos. El calor típico del mes de Julio se hacía sentir como siempre; el calor en Cuba siempre se ha mantenido enajenado de las tasas de cambios y los problemas económicos. Creo que esa fue una de las razones por las que evité que los viejos míos asistieran a la discusión de mi tesis, vivíamos a solo 40 km de la universidad, pero aplicando los conocimientos aprendidos en la mencionada institución, La relatividad del tiempo y el espacio, enunciada por Albert Einstein, hubiese encontrado un duro fenómeno a explicar con el llamado “Período Especial” cubano. En aquellos tiempos ese desplazamiento podía tomar un día completo y en condiciones infrahumanas.
De manera que discutí mi tesis, me felicitaron los profesores, días más tarde me dieron el título y lo eché en un bolso y con la cabeza repleta de optimismo me fui de aquel lugar que albergó 5 años de mi existencia. Quería dejar atrás aquellos años comiendo arroz con azúcar, sopa de arroz y arroz con “suerte”. Recuerdo que caminaba rápido, yo siempre he caminado rápido, pero aquel día me parecía que la velocidad disminuiría el tiempo de la miseria, quería dejarlo todo atrás, me habían dado un papel que me hacía sentir importante.
A pesar de mi desbordante optimismo, había un bichito en mi subconsciente que me producía malestar. Recordaba que una noche, ya bien tarde, me encontraba estudiando en un aula del docente; observo a través de la persiana, a mi profesor de física que se disponía a regresar a su casa, en un vieja bicicleta un tanto destartalada, el hombre se había graduado, con honores, de física pura en la universidad de Lomonosov. Ya había perdido gran parte del pelo en la cabeza, pero no había perdido su viejo hábito de estudiar e investigar, se quedaba en la escuela, hasta altas horas de la noche en esos menesteres. Mi mente curiosa se preguntaba entonces como un hombre ya maduro, que era capaz de calcular la velocidad de cualquier cuerpo, incluso aunque se desplazara a la velocidad de la luz, no había conseguido que su propio cuerpo se trasladara un poco más rápido que lo que sus flacas piernas pudieran pedalear su maltrecha bicicleta.
Mi profesor de Economía, todo un doctorado en la materia, se comentaba que era uno de los que más sabía de economía en Cuba, pero el hombre nunca tenía un kilo, muchas veces los mismos estudiantes le pagábamos un café en el merendero de la escuela. Mi profesor de matemática era una autoridad en la materia en el país y a nivel internacional, se decía que había ramas de la matemática donde se le reconocía entre los mejores a nivel mundial, sin embargo, él mismo confesaba que “al final del mes las cuentas nunca le daban”.
Finalmente comencé a trabajar, como todo universitario recién graduado tenía que cumplir con mi servicio social, es decir, 2 años de trabajo donde el gobierno decidiera, por un salario fijo de 198 pesos, o sea, 2 dólares mensuales, al cambio vigente de aquellos años. Pero yo continuaba optimista, al fin y al cabo, había aprendido en la universidad que 2>0.
Cuando terminé el servicio social, me conseguí un trabajo en una importante empresa, donde ganaba 350 pesos, en aquel entonces había mejorado la tasa de cambio, y ya eran aproximadamente 10 dólares, así me mantuve varios años, pues por vías informales, ganaba un poco más, aunque debo confesar que mi optimismo había mermado un poco pues no veía de forma clara como podría adquirir una vivienda y constituir una familia.
Pasaron los años, adquirí habilidades profesionales que me granjearon cierto prestigio en mi sector. En aquel entonces había irrumpido en la escena económica cubana el CUC, y el gobierno fijaba el cambio a 1x25, eso me duplicaba el salario, es decir, ya yo estaba ganando 20 dólares mensuales, confieso que pensé que iba a andar más rápido, pero aun me quedaba alguna dosis de optimismo.
Me presento a la convocatoria para una importante empresa que estaba abriendo sus puertas y soy aprobado, ahora mi salario seria de 30 dólares mensuales, muy pocos en el país ganarían más que yo. Había llegado al top y aun continuaba siendo una persona muy pobre. Ya en ese momento tenía una familia e hijos, vivíamos en una casa que no era nuestra, mis padres estaban viejos y enfermos, y mis ingresos fundamentales provenían de actividades informales, ajenas a mi trabajo. El optimismo había desaparecido por completo.
Por otra parte, escuché que mi antiguo profesor de física había logrado finalmente “acelerar su cuerpo” y había ido a parar a Estados Unidos; mi profesor de matemática estaba sacando las cuentas en Alemania y ya les estaban dando y mi profesor de Economía estaba enseñando la materia en México y cuentan que se paga suculentas cenas y que anda con una Mastercard dorada en el bolsillo.
Me pasé 5 años en una universidad estudiando complejas materias y en 20 años de trabajo, ocupando cargos que demandaban de mi título universitario para poder ejercerlos, el mayor salario que pude tener fue el de 30 dólares mensuales. Seguí el ejemplo de mis profesores y vine para Canadá. Mi título aquí no se reconoce, pero recuperé el optimismo, comencé un trabajo como obrero, y cada hora de salario equivale a un mes trabajo en Cuba. No estoy seguro si me quede energía para enrolarme en una universidad canadiense para revalidar mi título, es un proceso complejo. Pero tengo la esperanza de que mis hijos puedan ganarse un verdadero título universitario, me llevó años darme cuenta que el mío era falso.
Señor Anónimo
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