jueves, 14 de febrero de 2019

MAS RELATOS


viernes, 22 de abril de 2016

Fragmento de la #novela "Palmas y Ombues" de Orlando #Vicente Alvarez.

Fragmento de la novela "Palmas y Ombues"  de Orlando Vicente Alvarez.

El bus iba con rapidez por la carretera que une a Montevideo con el departamento de Tacuarembó. Estábamos en verano y el calor y el olor a sudor eran sofocantes. Los pasajeros dormitaban o miraban aburridos el paisaje que transcurría a ambos lados de la carretera. Yo también observaba el panorama a mi izquierda, tapizado por verdes pasturas y ganado ovino y lanar. De vez en cuando la monotonía era rota por un ceibo amarillento bajo el cual se guarecían las vacas del ardiente sol.

          Iñaqui Echevarría dormía a mi lado con fuertes ronquidos. Habíamos quedado que no durmiera durante el viaje para que sus malditos ronquidos no molestaran al resto de los pasajeros. Pero No. Con sus largas piernas y el cuello estirado parecía una locomotora a vapor averiada. Dicen que el que ronca durante el sueño es que esta en paz consigo mismo y tiene el espirito sosegado. Yo por mi parte no suelo dormir durante viaje alguno ya sea en bus, tren o el largo vuelo de los aviones. Debe ser que mis malditos espíritus están siempre inquietos y los de Iñaqui gozan de la paz del señor. Lo conozco bien y no es tan así: tiene mil demonios que lo atormentan.
   El bus se detenía con frecuencia por el ganado suelto pastando a lo largo del trayecto donde la hierba era más alta y fresca. Se notaba que un chaparrón había azotado la zona, por los charcos y la pastura brillante
    Después de casi cinco horas de viaje, que era el tiempo estipulado por Iñaqui,  me sorprendió ver a mi izquierda un cerro no muy elevado. Blanco, por la piedra y el sol se elevaba sobre una colina. Me recordaba una pinga gruesa decapitada.
   __ Ya estamos llegando a Tacuarembó­­__ Me dijo Iñaqui después de despertar por un codazo que le   pegue. Miro en derredor y vio el cerro imponente.
   Al fin. Me dije a mi mismo, después de cinco horas con el culo entumecido, en aquel viaje que me pasaba por los cojones.
  Llegamos a la terminal de la ciudad capital del departamento. Lo primero que hizo Iñaqui fue buscar la cafetería. Era su vicio favorito: la comida. Lo otro era el sexo. Pedimos medias lunas gigantes con jamón, queso y mantequilla, regadas por coca cola. Ya saciado el apetito, nos avocamos a buscar un hotel o una posada (esta última era la preferida de Iñaqui por costos más bajos)

   A unas cuadras de la terminal, preguntando, nos indicaron una. Pequeña y con un toldo en el exterior donde se sentaba un anciano canoso en bermudas tomando el frescor de la tarde. Era el dueño. Resulto que ya no había cupos. Al día siguiente habría un acontecimiento cercano. En Villa Ancina, localidad a unos 50 kilómetros de Tacuarembó se celebraría la festividad de la Virgen de Itati. Razón por lo que todo estaba lleno.

MIMI LA #MEONA. FRAGMENTO DE LA NOVELA"MEMORIAS DE UN NIÑO GUANTANEMERO"

    MIMI LA MEONA  Fragmento de la novela "Niño Guantanamero"

     Frente a casa existía un solar yermo donde jugábamos a la pelota en nuestro tiempo de ocio. El problema era cuando no teníamos pelota para jugar pero para esos casos teníamos a Mimi la Meona. Era una chica de unos 13 años que aun se orinaba en la cama, Su madre, una india que le daban lo que mi madre, llamaba “ataques de furia” o sea, que a veces se ponía a gritar y a pelear vociferando de una forma de leona enjaulada que se escuchaba en toda la cuadra. Lo cierto era que cuando  Marilú que era el verdadero nombre de la hija se meaba en la cama la amarraba el resto de noche con una cuerda al tronco de un cocotero del patio y a la madre le daba un ataque de furia. La niña gritaba y gritaba toda  la noche hasta que Ada la vecina brincaba la cerca que separaba ambos patios y la llevaba a su casa por lastima. No se si como resultado de ese castigo o por enfermedad a Marilu le había dado una parálisis facial y tenia un lado de la cara contraído como si estuviera riéndose todo el tiempo.
 Pero era buena y servicial. La llamábamos porque tenia una muñeca vieja y toda roñosa que le faltaba un ojo y parte del pelo y era de goma. Nosotros le arrancamos la cabeza y nos servia de pelota. Mimi la Meona, mientras transcurría el juego, se sentaba a mirarnos  y se colocaba sobre una piedra con la cara normal contra la pared vecina de modo que parecía que siempre se estaba riendo y eso nos estimulaba en el juego tener una aficionada tan atenta.
 Cuando todo terminaba tomaba la cabeza de la muñeca, la revisaba para ver los nuevo daños y se se volvia su casa riendo de alegría con una sola cara.


    

jueves, 21 de abril de 2016

Mi hija Jennifer y yo en el Mercado del Puerto, Montevideo.
Fragmento de la novela "Palmas y Ombues"  de Orlando Vicente Alvarez.

El bus iba con rapidez por la carretera que une a Montevideo con el departamento de Tacuarembó. Estábamos en verano y el calor y el olor a sudor eran sofocantes. Los pasajeros dormitaban o miraban aburridos el paisaje que transcurría a ambos lados de la carretera. Yo también observaba el panorama a mi izquierda, tapizado por verdes pasturas y ganado ovino y lanar. De vez en cuando la monotonía era rota por un ceibo amarillento bajo el cual se guarecían las vacas del ardiente sol.

          Iñaqui Echevarría dormía a mi lado con fuertes ronquidos. Habíamos quedado que no durmiera durante el viaje para que sus malditos ronquidos no molestaran al resto de los pasajeros. Pero No. Con sus largas piernas y el cuello estirado parecía una locomotora a vapor averiada. Dicen que el que ronca durante el sueño es que esta en paz consigo mismo y tiene el espirito sosegado. Yo por mi parte no suelo dormir durante viaje alguno ya sea en bus, tren o el largo vuelo de los aviones. Debe ser que mis malditos espíritus están siempre inquietos y los de Iñaqui gozan de la paz del señor. Lo conozco bien y no es tan así: tiene mil demonios que lo atormentan.

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