Votar por cualquiera: la gran falacia
Marcelo Ostria Trigo
A pocas semanas de las elecciones generales en nuestro país, arrecian las campañas de los candidatos. Ahora, el oficial, tan objetado, está en ello, pese a la tragedia de los incendios en la Chiquitanía que desató. Lo normal, en otras circunstancias, es dar seguridades de que “la celebración de elecciones (serán) periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo…”. (Carta Democrática Interamericana. Art.3).
En realidad, votar es simple: se marca una papeleta del candidato preferido o se vota en blanco. Pero, en algunos casos –como ahora en nuestro país– se puede contribuir al retorno de la democracia o a confirmar una autocracia.
Hay que convenir que la oposición en Bolivia está entrampada. Todos los candidatos dicen ser demócratas y las promesas en unos casos abundan y en otros, se advierte un oculto continuismo irresponsable. Pese a ello, la ciudadanía, que mayoritariamente es adversa al actual oficialismo, recibe la falacia, cargada de irresponsabilidad –o falta de razonamiento–, la consigna de “votar por cualquiera”, con el solo argumento de evitar el continuismo del oficialismo. Es más, se incita a que se vote por quien, circunstancialmente, figura como el candidato opositor con más apoyo, según las encuestas.
Pero la cuestión no es solo sustituir a un régimen fracasado; lo que en verdad es importante y trascendental es elegir a quien pueda ofrecer al país un verdadero retorno a la legalidad y a la democracia, sin promesas populistas que pudieran dar continuidad a un modelo político y económico ya fracasado. En otras palabras, no se puede caer del fuego a las brasas.
Los candidatos que claramente proponen las mismas políticas actuales: bonos irresponsables, dádivas injustificadas, derroche y demagogia ostensible, no son los “cualquiera” que pudieran cambiar el rumbo de la Nación. Votar por quienes solo se proponen cambiar la cara, pero no lo fundamental, es cometer un grave error. Lo imperativo, para recuperar el Estado de Derecho, la institucionalidad democrática, el respeto a los derechos civiles y humanos, es votar por quien muestra auténtica voluntad democrática.
En realidad el continuismo oculto, es el camino que frecuentemente trazan los populistas. Por ello, cualquiera no es una opción previsora ni inteligente. Lo sensato es votar por un candidato que no esté contaminado con el extremismo. Es que hay justa desconfianza cuando un pretendiente a dirigir la Nación, había mostrado simpatía por tiranos, o contribuido, de alguna manera, a que en nuestro país se encumbre el populismo.
Esta es la clave de una campaña electoral creíble: Que el votante no se aleje de la realidad, y no cortarle el camino sensato con el slogan de que hay que votar por cualquiera frente al autócrata; cuando ese cualquiera puede ser “más de lo mismo”.
Votar es un derecho ciudadano; votar bien, una obligación.
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